¡Un momento! Es
importante recordar que la variedad de lenguas que tenemos en nuestro Mosaico
Ibérico constituye una de nuestras riquezas más impresionantes, no siempre bien
valoradas por sus hablantes. Español, portugués, gallego, catalán, vasco, y las
variantes tan ricas del español en determinadas Comunidades, o las del catalán
en Valencia, Mallorca, en Aragón o en la misma Cataluña. Y las que me dejo…
Claro que Europa no nos
va a la zaga, y de algún modo reproducimos en la geografía peninsular una
riqueza de lenguas semejante a la que tiene Europa en su conjunto, un mosaico
no menos estrafalario de países, lenguas y culturas diferentes. Creo que el peligro
de que el inglés acabe sustituyendo las lenguas más pequeñas ha desaparecido a
estas alturas, y si de algo nos podemos enorgullecer los europeos es de haber
mantenido esta riqueza incólume, garantizando una multiplicidad esencial para
ser el caldo de cultivo de una mayor creatividad, que ha sido siempre el signo
de identidad de nuestro continente. En decadencia, dirán muchos lectores, y es
verdad, pero la decadencia política no tiene que significar que lo sea en todo.
Si regresamos a la
Península y la miramos desde esta perspectiva, nos percatamos de que, al igual
que Europa, ese jardín de las diferencias se ha convertido en un laboratorio en
el que se dirime cómo manejar esta multiplicidad que la constituye. Y los temas
lingüísticos son uno de los que acechan y buscan solución.
Permítanme que me
centre en el tema del catalán y del castellano en Cataluña, por ser el que
mejor conozco. Tema delicado y muy sensible para determinadas mentalidades,
inamovibles en sus posiciones extremas. Y aquí solo puedo manifestar la enorme
suerte que tenemos loa catalanes de disponer de dos lenguas como quien dice
“desde el año cero”, pues por lo general, los nacidos en esta parte de la
Península Ibérica hablamos catalán y español casi desde la cuna. Bueno, al
menos los que vivimos en ciudades grandes o medianas, que somos la mayoría.
Creo que podemos dar
por supuesto que cuantas más lenguas entren en los cerebritos de los cachorros
humanos, más avanzaremos hacia esa utopía que es el respeto y el amor a las
diferencias, mientras a la par ampliamos nuestros modos de comunicación y de
intercambio entre las personas. Por lo menos, hay que asegurar que estas dos
lenguas de partida, que representan al conjunto de la población de Cataluña, el
Catalán y el Castellano, sean estudiadas, aprendidas, cultivadas y, para mí lo
más importante, amadas ambas por sus hablantes.
Algo que, por
desgracia, no siempre sucede a causa de las mentalidades estrechas de una buena
parte de los nacionalistas catalanes y de los ultras españolistas, que gustan
politizar las lenguas para usarlas como armas arrojadizas emocionales en esta
guerra civil tan incívica que es la demonización del Otro, del que piensa o
habla diferente, en una u otra lengua.
![]() |
Imagen de la web italiana 'Bilinguismo infantile'. |
¿A quién se le puede
ocurrir hoy, aquí en Cataluña, que hablar castellano, además de catalán, sea
algo que hay que evitar o incluso impedir, como se ha dado en algunos extremos
de nuestros exaltados patrioteros independentistas? (Y lo mismo cabría decir,
por supuesto, si fuera en el sentido opuesto, como ocurrió durante el
Franquismo). Realmente es difícil de entender y hay que ser muy cerril para
defender algo así. Jamás el Catalanismo abierto, plural, libre, culto y
progresista, con el que cualquier catalán puede identificarse sin problema
alguno, demonizó al castellano. Al revés, lo cultivó y lo respetó como un bien
valioso, tal como lo indican las obras de nuestros grandes escritores,
bilingües la mayoría de ellos.
El bilingüismo no sólo
es sano y positivo, debería ser obligatorio en todas las sociedades humanas del
futuro. Disponer de dos modos distintos de pensar, de enfocar los contenidos,
de expresar las diferencias y las coincidencias, pronto será visto como una
obligación. Y la región que sólo tenga una lengua, tendrá que buscarse otra que
la acompañe y permita a los recién nacidos gozar de este privilegio que es
poder expresarse en dos lenguas diferentes.
¿Cómo sino es posible
disponer de una doble perspectiva elemental de conocimiento y de abordaje que
nos abra las puertas a mentalidades capaces de entender las diferencias y los
problemas de la Alteridad? Creo que no hay que ser ningún entendido ni ducho en
las cosas sociales para comprender cómo los conflictos que atañen a nuestras
actuales sociedades tienen que ver en gran parte con esta dificultad por no
decir ‘imposibilidad’ de aceptar lo diferente que habita a nuestro lado. Se
mire por donde se mire, tropezamos con el mismo déficit de aceptación de la
alteridad en todas partes. Y en un mundo que tiende a la fragmentación y en el
que las singularidades buscan afirmarse cada día más, no cabe duda de que el
déficit de aceptación del Otro irá a más para convertirse en uno de los
problemas principales a resolver.
Cuando una región como
Cataluña dispone ya de esta opción bilingüe de un modo tan espontáneo y
natural, es imperiosamente necesario combatir a los fanatismos que buscan ir
hacia atrás y regresar a los estériles monolingüismos, sean de uno u otro signo.
El bilingüismo jamás será un problema, al revés, es la solución. Apostar por él
y elogiarlo es nuestra obligación de personas sensatas y abiertas a lo ajeno.
Como antes indiqué, la
pluralidad de lenguas que existe en la Península constituye una de las riquezas
más notables y determinantes de nuestro Mosaico Ibérico, que enlaza con nuestra
teoría del títere como figura de desdoblamiento, y que tiene la gran virtud de
poner color local a las hablas de cada región, cultura y comarca, además de
duplicar y multiplicar la sonoridad y las capacidades expresivas de sus
poblaciones. Un matiz más a añadir al festival de las diferencias que
constituyen estas Rutas Ibéricas de Polichinela.