viernes, 7 de junio de 2019

Ovar


Azulejos del Museu de Ovar.
Tiene Ovar, situada en el distrito de Aveiro, en Portugal, unos 17.000 habitantes. Ciudad pequeña pero que crece si tenemos en cuenta las extensiones que se le deberían añadir, al estirarse su piel por los alrededores habitados. 

Aparte de su Festival de Marionetas, llamado FIMO (Festival Internacional de Marionetas de Ovar), una invención del abogado Nuno Pinto para dinamizar culturalmente la localidad, Ovar dispone de otras dos efemérides relevantes: la Semana Santa y el Carnaval. 

Es de impacto su Iglesia principal o Matriz, como la llaman en Portugal, dedicada a San Cristóbal, preciosa iglesia con la fachada cubierta de azulejos blancos y azules, una elegante ornamentación utilizada en muchos otros edificios de la ciudad.

Iglesia matriz de Ovar.


Quizás la característica más curiosa de la Semana Santa en Ovar sean los doce templetes que representan a los doce pasos de la Pasión y que se hallan distribuidos a lo largo del camino que recorre la procesión de devotos y penitentes, con sus Cristos y sus cirios encendidos. Doce altares que permanecen cerrados todo el año y que se abren sólo para la Semana Santa. Un modo rotundo de integrar la ciudad en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia.

Los carnavales son otra cosa: aquí la ciudad se desmadra, con desfiles de grupos de bailarines disfrazados de las más variopintas vestimentas, desde las conocidas prendas carnavalescas que tapan poco para enseñar mucho, del más típico estilo brasileño, a disfraces más rebuscados y extravagantes, como el de monjes tibetanos o de samurais con sus espadas, escudos y armaduras, todos ellos bailando al son de la samba y de otros ritmos aún más diabólicos. A tener en cuenta que el Carnaval de Ovar, junto al de Torres Vedras, son los más importantes y concurridos de los que se celebran en Portugal.

Siempre sorprenden estas celebraciones desatadas en poblaciones que en sus vidas cotidianas aparecen sometidas por el más puro espíritu hacendoso del trabajador ocupado en sus faenas. ¿De dónde salen todas estas mujeres que en pleno mes de febrero se exhiben bailando en la calle con prendas mínimas, ansiosas de enseñar sus partes ocultas, normalmente cubiertas de faldas, pantalones, camisetas y jerseis?



Es el misterio de los carnavales, que en la Península Ibérica son vividos con una plenitud y una exaltasción únicas, a mi modo de ver, que nada tienen que envidiar a los más vistosos carnavales del Brasil y de otros lugares afamados. Carnavales que en este Mosaico Ibérico aparecen por toda la geografía peninsular, como una de las singularidades más diferenciadas pero comunes de las distintas culturas que la habitan. 

Lo mismo digo en relación a la Semana Santa, cuando los católicos deciden que deben purgar sus pecados, haciendo penitencia e identificándose con el Cristo que se sacrificó por todos nosotros. La mayoría de los penitentes se sacrifican para redimir sus pecados y ganarse un poquito de cielo a título particular. Parece poco, pero en realidad, su sacrificio, por la ley del reflejo ritual, es extrapolable a la colectividad, que agradece que estos pecadores asuman sus culpas que son las que conciernen a toda la sociedad en su conjunto. Ganándose esta parcela de cielo con su penitencia pública, la regalan de algún modo a los demás, que se sienten partícipes del mismo trance. 

Del Festival de Marionetas o FIMO, invito a leer las crónicas que he ido publicando en dos años sucesivos, 2018 y 2019 en la revista digital Titeresante (ver aquí). Para mí, es un modo culto y humildemente aristocrático de situarse en el mapa mundial de las actividades culturales. Toda ciudad que se precie de ser algo más que un conjunto de casas y sus habitantes, necesita hoy en día del brillo de alguna efeméride singular que de algún modo la haga aparecer en el mapa. Un brillo quizás pequeño y humilde, el de los títeres, pero cuya extensión alcanza el planeta entero, ya que encontramos tradiciones titiriteras y festivales en todos los países y en todas las culturas del planeta. 

Ovar, gracias al FIMO, forma parte de una red extensísima de ciudades, que salta de continente en continente con ufana alegría. Para los organizadores, es un modo de ver mundo sin el estigma del turista. Que se lo pregunten a Nuno Pinto, que tanto te lo puedes encontrar en Charleville-Mézières, en Lleida, en el Ruhr en pleno corazón de Alemania, o en Bali para asistir al próximo  Congreso Mundial de Unima 2020.

El Professor of Punch and Judy Clive Chandler, en el Parque Urbano de Ovar,
tras una función durante el festival FIMO.

En el Mosaico Ibérico, son muchas las ciudades que gozan de este privilegio de disponer de su festival de títeres, unos con más ambición que otros, pero todos ellos conscientes de pertenecer a esta red mundial de ciudades que gustan de los títeres. 

Y no hay que olvidarse que amar a los títeres es amar el gusto por la alteridad, es decir, por aprender a ser dos donde normalmente hay uno. Relativizar la identidad, ¿no es acaso un ejercicio de los más útiles y necesarios? Como en Carnaval y, en cierto modo, como en la Semana Santa.

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