Encantes, Barcelona. |
Antes de entrar en el mundo de las personas, empecemos con los objetos. Ellos también viven y mueren como nosotros, a veces son más longevos, últimamente menos. Es el mundo de los rastros, los encantes y los baratillos.
Todas las ciudades necesitan un rastro: esos espacios vacíos, abiertos en un desgarro del tejido urbano: acogen lo que sobra, cae, muere, se abandona, se tira, se vende, se roba, se blanquea, se desprecia o se cambia por algo nuevo y distinto. Espacios de reciclaje, donde los objetos se despojan de sus cargas subjetivas y afectivas, se rebajan a su condición de meros despojos de la urbanidad acomodada o superviviente, y se ofrecen al mejor postor, a modo de segunda, tercera o cuarta oportunidad de revivir en su función de objeto social, útil, simbólico o decorativo.
Encantes, Barcelona. |
En Madrid y en tantos lugares de España se les llama Rastros, Els Encants en Barcelona, Feria de Ladra en Lisboa, el Jueves en Sevilla, Baratillo en Cádiz, Deixalles en Mallorca, por citar sólo a los que se distinguen con nombres propios.
Por lo general, son lugares improvisados que sus usuarios han ganado a la ciudad. Se entiende que no siempre hayan gozado del permiso de las autoridades y que muchas veces se los traslade a zonas alejadas del centro. La razón es que los rastros abren la ciudad en canal, desgarran su imagen burguesa y próspera, muestran las entrañas ocultas de lo que se acumula en la privacidad y luego se tira cuando mueren sus propietarios, los desechos de una vida y los recuerdos que ya no tienen quién los recuerde.
Feria de Ladra, Lisboa. |
Postales que se han quedado sin destinatario, regalos huérfanos, caprichos absurdos hoy abandonados, prendas de vestir fantasmales, muebles sin lustro, artilugios incomprensibles y utensilios inútiles. Muestran las ilusiones en su estado de caídas en desgracia o difuntas sin más. Unos los llaman cementerios de cosas, allí donde se acumulan los objetos como huesos en un osario, exhibidos para ser aprovechados y reabsorbidos en la cadena de la vida.
Feria de Ladra, Lisboa. |
Otros los llaman el grado cero de los museos, allí donde se muestra lo que se descuelga de las familias, de la cultura y de la propiedad privada. Museos anónimos que van al grano: si quieres dar valor a un objeto, lo pones tú al venderlo, o lo pone otro al comprarlo.
Tal es la materia prima de rastros y encantes, lo que el Tiempo ha robado a los inquilinos de la ciudad, tras dejarlos fuera de combate. La Feria de Ladra de Lisboa nos añade una doble significación, la de la tradición picaresca de dar salida a lo hurtado.
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Objetos en un mercadillo en Zaragoza, junto a la Lonja. |
El batiburrillo aleatorio de los objetos muertos en las paradas de venta se junta al batiburrillo de sus dobles y triples significaciones simbólicas, y transforma rastros y baratillos en una mezcolanza poética de empaque y de enorme complejidad. Lugares no sólo para ir a comprar y a vender, sino para pensar lo que normalmente uno no piensa, fijarse en lo efímero de la vida de los objetos y de las ilusiones, oler el perfume nostálgico de otras épocas, sentir la sustancia pegajosa de la melancolía, presenciar la selección aleatoria de las cosas que configuran nuestro mundo, o gozar de la muerte anticipada en el desecho de los que abandonan este mundo.
Sobre la vida y la muerte de los objetos, recomendamos los trabajos realizados por pensadores y artistas que han tratado el tema desde perspectivas teóricas pero también titiriteras, como es el caso de la mexicana Shaday Larios (1), entre muchos otros (2).
Notas:
1 Ver sus textos publicados en Titeresante aquí.
2 Vean textos sobre el mundo de los objetos y del Teatro de Objetos en Titeresante aquí.
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