El Mosaico Ibérico

El Mosaico Ibérico
Fiestas, Tradiciones, Títeres y otras rarezas. 



Introducción

Gigantes viejos de Olot. Museu dels Sants.
La Península Ibérica constituye, para quien gusta del mundo de las fiestas, las tradiciones, las costumbres populares y, en general, las singularidades exaltadas de la imaginación humana, un paraíso insólito y una espléndida reserva natural. ¿A qué cosas me refiero? Pues a los títeres, a la imaginería animada y popular, al mundo de los gigantes y de las bestias que escupen fuego, a las arcaicas y numerosas tradiciones de máscaras que aún existen, a los museos dedicados a las más variopintas temáticas, a las fiestas singulares de tipo excéntrico, o a los mismos pesebres, privados o públicos, estáticos o animados. 

En efecto, en pocos lugares del mundo se conserva tal cantidad de ocurrencias populares, de raíces centenarias o simplemente acabadas de llegar, que tienen que ver con el mundo de la fiesta y de las imágenes, y que cuentan con una participación tan masiva de gente, local y de afuera. Una reserva que se halla protegida no sólo por la vitalidad espontánea y popular de la que goza, sino también por un interés de carácter estratégico de las administraciones en apoyarla, al constituir toda una fenomenología sociológica que potencia y se combina perfectamente con el turismo, la nuestra simpar industria principal.

Santos por vestir. Museo de San Roque de Lisboa.
La otra característica notoria de esta reserva es su extrema diversidad: en cada rincón se hacen cosas diferentes y todo el mundo clama por la originalidad de sus fiestas, imágenes y tradiciones, sean centenarias o de hace dos días. La diversidad es clave para explicar el fenómeno. Permite a cada localidad distinguirse, proclamar unos rasgos peculiares de identidad, sean reales o ficticios, a veces absolutamente fuera de contexto, lo que no le quita valor sino al revés, se lo añade. Sin duda todo ello tiene que ver con la dinámica histórica peninsular y especialmente con la hispánica, que siempre se ha caracterizado por esta tendencia tan arraigada de querer las partes distinguirse del todo, sean las comarcas en relación a las regiones, los pueblos respecto en las ciudades, o las comunidades autónomas, en las últimas décadas, en oposición al poder central o en competitividad entre ellas o con el mundo entero.

Objetos en la Feria de Ladra de Lisboa.

Una dinámica que ha ido claramente a favor del fenómeno festivo y popular, donde ha encontrado como quien dice su humus perfecto para arraigar, florecer y crecer. El resultado es el Mosaico Ibérico: un mosaico curioso, movedizo y lleno de color, cargado de sinergias y de contradicciones, una verdadera red de rasgos comunes y diversos que se cruzan, se combinan y se separan para la alegría de todos, y el desespero de unos cuantos, que querrían más homogeneidad y más rigor serio en cuanto al jolgorio y el esparcimiento de los ciudadanos. Pero la paradoja del caso es que, en el cultivo del mosaico, participan todas las instancias sociales de la Península, sean populares o elitistas, ricas o pobres, de izquierdas o de derechas, sea la Iglesia, el Ejército, la sociedad civil, la casta de funcionarios, el cuerpo de policía o la Guardia Civil. 

En Portugal pasa lo mismo, tal vez con menos furor exhibicionista, como si la franja occidental de la Península disfrutara de una áurea de temperamento que lima los excesos y potencia el pudor. Pero a pesar de la suavidad de los perfiles, el paisaje registra la misma frenética y variada densidad de fiestas, costumbres y curiosidades folclóricas. Un denominador común ibérico que encuentra, en esta tendencia irreprimible a la impostación local, uno de sus rasgos más singulares, curiosos y atractivos.

Belén barroco de Laguardia, Vitoria.
El otro rasgo que da forma y volumen al Mosaico es la geografía. La realidad peninsular es perfecta para establecer el marco de esta diversidad turbulenta, el corsé que no deja a las partes huir por mucho que lo pretendan, que presiona la efervescencia interior a través del mar en las costas, y de las montañas pirenaicas en el istmo que nos separa de Francia. Una realidad geográfica que configura las áreas y las regiones naturales, con las cadenas montañosas que las separan y con los ríos que las cruzan y unen. Su forma peninsular permite también establecer unas dinámicas psicológicas claras: las provocadas por la proximidad del mar o su alejamiento. Dos dinámicas espirituales casi opuestas, condicionadas por la geografía y el mar: la periférica y la central.

Junto a esta florescencia colorista de lo festivo, conviven otros enardecimientos emocionales, los que tienen que ver con la patria, la nación, la lengua y los anhelos nacionalistas. Singularidades de arrebato emocional que, como tales, deberían estar a la par que los demás enardecimientos emocionales de la población, es decir, los festivos, folklóricos, religiosos y que tienen que ver con las Tradiciones -bien encajados, pues, en el calendario. Algo que no ocurre, por desgracia, pues mientras las exaltaciones festivas y tradicionales, por muy competitivas que sean, son tolerantes entre sí, las emocionales de corte nacionalista se excluyen y buscan imponerse sobre las demás, sin contenerse en el espacio ni en el tiempo del calendario.

Todas estas características se superponen y crean la complejidad extraordinaria del Mosaico Ibérico. Este encorsetamiento geográfico formado por el mar y el Pirineo, hace que se pueda hablar de un espacio abierto pero cerrado, en el sentido teatral de sus dinámicas de impostación, de modo que el mosaico entero se convierte en una especie de gran teatro en el que la acción dramática, en vez de estirarse en el tiempo, como normalmente ocurre, se expande en el espacio. Lo que explica esta excitación que sienten algunos turistas sensibles cuando entran en el país por carretera por algunos de los puertos pirenaicos, ya que saben que en cada rincón que se detienen, les espera una escena diferente de una gran representación que no tiene ni final ni comienzo, pero que los excita y entusiasma. Claro que a veces hay huelga de actores, o se funden los plomos y los focos no funcionan, o las tarimas, los decorados y los vestuarios simplemente se han quemado o no están todavía a punto, pero si la representación falla en un punto, y el turista dispone de suficientes energías para ser terco, encontrará enseguida otra muy cerca, por lo que nunca la decepción triunfa sobre el gozo.

Ventana de Melisendra. Palacio de la Aljafería, Zaragoza.
Quiero aclarar en este punto que la teatralización del mosaico no siempre es activa. La mayor parte del año es pasiva y se expresa a través de la arquitectura, el urbanismo de los barrios viejos, los museos y lo que manda el calendario. Una anticipación preciosa de la realidad ibérica es el Pueblo Español de Barcelona, ​​una indicación muy precisa y honesta hecha por unos arquitectos visionarios de por dónde iban los tiros del futuro. En su momento fue eso, una visión premonitoria hecha desde el marco adecuado: una Exposición Universal, la de 1929. Por ello el presente siempre ha puesto problemas al actual Pueblo Español, convertido en una arqueología del fenómeno turístico, que sólo interesa a los especialistas e historiadores de esta industria: lo que quería ser en el año 1929, ahora lo son todas las ciudades del país, por no decir del mundo, de modo que los turistas no necesitan subir a la montaña de Montjuic para encontrar lo que buscan: lo tienen en cualquier esquina de su hotel, estén en la ciudad que estén.

Otro cantar es el capítulo de los enardecimientos nacionalistas, que gustan enquistarse en algunas partes de las sociedades ibéricas, rompiendo con su dramatismo beligerante el buen convivir de las diferencias del conjunto, un aspecto a tener en cuenta a la hora de reflejar la realidad del Mosaico y sus dinámicas.

La teatralización del Mosaico Ibérico, antes mencionada y que las impostaciones políticas del nacionalismo no hacen más que acrecentar, no debemos verla como un deterioro ni como un hecho que se deba despreciar, sino todo lo contrario, un elemento más que interviene en la coloración del conjunto, condicionando sin duda el desarrollo de los eventos, las fiestas y los diferentes ritos colectivos de la ciudadanía. Una teatralización que nos permite introducir el elemento distanciador de la mirada irónica, jocosa y titiritera que tanto estimamos.

Ninot del Museo de las Hogueras de Alicante.

Porque la verdad es que la población ibérica acude a sus actos participativos sin reparo alguno y sin timideces. No importa que haya gente de fuera o que parte del público sea extranjero, al contrario, siempre serán bienvenidos, ya que inconscientemente significan más entradas vendidas, más caja en los comercios, más resonancia de lo extravagante: una oportunidad fantástica de amplificar los hechos y la exhibición de los actos. Ejemplos notorios son la Semana Santa en Andalucía, de un éxito local y mundial sin parangón, la de Calanda, con sus arcaicos tambores, que despiertan la admiración de medio mundo, o el caso de las Diadas nacionalistas en Cataluña, con sus miles de personas resistiendo cara al sol los rigores climatológicos. Y así tantas otras citas del calendario. Por ello se puede decir que la Península constituye un caso excepcional de vibración popular y de colorido festivo, nada disminuido por el turismo, al contrario, excitado por él, pero sin que lo acabe condicionando por completo. Simplemente, los turistas aportan cosmopolitismo al elemento local, y la impostación exhibicionista se eleva por las nubes, eso sí, para la alegría de todos.

La Tía Norica de Cádiz.
¿Hacia dónde nos lleva el Mosaico Ibérico? Lo veremos a través de las páginas de nuestra búsqueda y los artículos de nuestro proyecto, en el que intentaremos mostrar esta vitalidad compartida que sale de lo concreto de cada lugar, trazando líneas de relación y de oposición, de complementariedad, o de exaltación de su singularidad excéntrica, trasladándonos a tiempos diferentes y realidades arcaicas en algunos casos.
Desde luego, siempre preocupa el factor distorsionante de las impostaciones nacionalistas que promueven el odio en las relaciones vecinales, la discordia social y la hegemonía impositiva y excluyente. Una dinámica perniciosa que no hace más que frenar esa exaltación de las diferencias que persigue el triunfo de la variedad cómplice y sanamente competitiva. 

Nuestro objetivo será, pues, mostrar lo positivo y lo mutante que constituye la gran riqueza del Mosaico Ibérico, una riqueza de la que viven sus habitantes y que enamora a los visitantes. Un brebaje del que estas páginas quieren beber, sin poner límites ni ningún orden al conjunto, dejando que la maravilla nos cautive, el disparate nos excite y la geografía nos transporte. 

Si quieres acompañarnos, lector, serás muy bienvenido.

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