La
exaltación de la diferencia puede llevar a errores y tentaciones importantes.
Errores propios de una época como la nuestra, en la que por primera vez en la
historia la persona humana se enaltece en la afirmación individualista de su
paso por la vida. Lo singular de cada uno se hace sujeto y paladea la libertad.
Empezó con el Renacimiento, a través de la fusión entre la herencia
greco-romana y el cristianismo, y continuó con el Romanticismo y el arranque
del nuevo régimen burgués y su expansión capitalista por el mundo.
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La Tía Norica, de Cádiz. |
Los
nacionalismos nacidos en el siglo XIX substituyeron a las monarquías y
entronizaron la nación como nuevo sujeto colectivo. Los individuos fueron dueños
de sus destinos pero bajo el mando colectivo de la nación: cada uno en su
cubículo y con su tribu. La historia de esta emergencia es bien conocida: las
disputas que antes eran entre monarcas, lo fueron entre las masas nacionales y
sus élites burguesas o burocráticas, iniciándose la larga carrera bélica de los
siglos XIX, XX y XXI.
Las tres grandes afirmaciones de la Revolución Francesa, Liberté, Égalité et Fraternité tuvieron un impacto tremendo, pero fueron tomados al pie de la letra: la fraternidad fue (y sigue siendo) entre los iguales de la nación libre que nacía. Hubo el intento de los Internacionalismos socialistas, pero tampoco pudieron eviatr la nacionalización de las revoluciones proletarias.
Las tres grandes afirmaciones de la Revolución Francesa, Liberté, Égalité et Fraternité tuvieron un impacto tremendo, pero fueron tomados al pie de la letra: la fraternidad fue (y sigue siendo) entre los iguales de la nación libre que nacía. Hubo el intento de los Internacionalismos socialistas, pero tampoco pudieron eviatr la nacionalización de las revoluciones proletarias.
También
es bien sabido cómo la Unión Europea ha
intentado dar un paso adelante en la convivencia de pueblos y naciones, al
crear una red de redes territoriales unidas por un marco de leyes compartidas.
Lo mismo puede decirse de España tras el fin de la Dictadura, con la nueva
Constitución de lo que se llama el Estado de las Autonomías, un intento de
aunar las diferencias hispánicas bajo un pacto de mínimos y de máximos que es el
paraguas constitucional. Y lo mismo cabe decir de Portugal, con su
especificidad política.
Puesto de venta en la Feria de Ladra de Lisboa. |
Pero
es evidente que la pulsión por distinguirnos sigue latente y más viva que
nunca, acuciada como está por el empuje globalizador que excita la afirmación
individualizadora de pueblos y culturas. Un apremio en aumento debido en parte a
la competitividad turística: lo singular es hoy un valor no sólo cultural sino
económico. De ahí que las pulsiones nacionalistas vuelvan a levantar cabeza en
Europa con inusitado brío, mientras en este pequeño laboratorio de las
diferencias que es España y la Península Ibérica, sucede otro tanto, con el
recurrido caso de la exaltación emocional catalana de los últimos años como ejemplo.
De
ahí que podamos hablar de 'tentación nacionalista' a la que recurrir,
especialmente en aquellos lugares donde existe una tradición al respecto que se
arrastra desde la época de la creación de naciones en el siglo XIX.
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Los gigantes antiguos de Olot, Cataluña |
Lo
hemos llamado 'tentación' y también 'error', por dos razones principales:
primero porque apelar a la nación en el sentido tradicional exige crear y
envolverse de uno o varios enemigos para su afirmación -pues tal es la esencia
del sentir nacionalista, que se afirma en contraposición al otro-, lo que está
en contra del gran proyecto civilizador que es la Unión Europea, a pesar de sus
muchos defectos y reformas pendientes. Y segundo, porqué hoy en día, la
distinción de lo singular y su defensa, enmarcadas en la actual nueva línea
individualista de la Historia, que se afirma sin cortapisas y ya fuera de los
marcos nacionales, debe aceptar el reto de 'cómo las diferencias pueden y deben
convivir entre sí', desde el respeto, la tolerancia y la amistad. Un
nacionalismo que acepta estas dos premisas, es decir, capaz de afirmarse sin
enemigos y de aceptar convivir con la diferencia interior y exterior, deja de
ser nacionalista y se convierte en algo nuevo, en una nueva forma de afirmar la
libertad de la diferencia desde la aceptación de la libertad de los demás en
sus múltiples distinciones.
Una paradoja o una contradicción, sin duda, pues lo
diferente, en su pugna afirmativa, hasta ahora siempre ha separado y jamás unido.
El reto de estos laboratorios de la diferencia que son Europa, España y la Península
Ibérica en su conjunto, es superar la tentación nacionalista para proponer la
pulsión distintiva como un común denominador que incumbe a la libertad de
todos.
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Museo de las Hogueras de Alicante (falla anmistiada). |
Un
reto que los pueblos y los individuos hispánicos llevan tiempo trabajando en lo
que nosotros llamamos el Mosaico Ibérico de las diferencias: este aglomerado
burbujeante de propuestas e iniciativas que compiten entre sí con ferocidad
imaginativa para ver cuál sobresale con más ímpetu hacia la excentricidad que
une. Pues se cumple aquí una ley básica: la creación de lo extravagante es lo
que une a las personas por encima de credos, lenguas y culturas. Monumentos
como la Sagrada Familia, la Alhambra, el Museo del Prado, el Museo Dalí, la
Semana Santa de Sevilla, las Fallas de Valencia, o la misma ciudad de Lisboa, son
ejemplos claros.
Frente
a esta exaltación de la creatividad que compite con sano talento en sus
afirmaciones de singularidad para integrar en su seno las diferencias más
extremas, el nacionalismo impone barreras, bandos, frentes, homogeneidades y
fronteras. He aquí su gran error y su gran dislate, capaz de enardecer con las
grandes emociones patrióticas de la Nación a millones de personas, y despreciar
como enemigos, blandos, traidores o equidistantes a los que buscan el matiz, la
diferencia individual, la extravagancia creadora, la unión de lo diferente y
hasta de lo opuesto, la convivencia de lo distinto y de la gradación sutil. La
libertad individual, en definitiva, frente al acoso del sujeto colectivo que es
la Nación.
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Cabezas de madera, Museo de la Plaza de Toros de la Maestranza, de Sevilla |
Por
suerte, el Mosaico Ibérico cuenta con poderosos anticuerpos: las individualidades
creadoras capaces de ir más allá de cercos, parcelas, intereses y campanarios,
con visiones universales que consiguen unir sin pretenderlo. Individualidades
pero también colectivos que se aferran a sus culturas particulares y las
defienden a capa y espada, o con propuestas originales dotadas muchas veces de
una gran potencia innovadora. Se trata de una tremenda ola de creatividad
colectiva que se sustenta en las diferencias y que emerge gracias al marco de
libertades existente hoy en los dos países de la Península Ibérica. Una
emergencia de la libertad que, a nuestro modo de ver, constituye la trama y el
nuevo lenguaje con los que los humanos del futuro vamos a tener que convivir
desde las cada día más radicales diferencias.
El
Mosaico Ibérico como laboratorio de las distinciones y como un taller práctico
de aprendizaje de la convivencia en libertad del futuro. Libertad, Igualdad, Alteridad, Fraternidad.